Sigmund Freud sostuvo que todos los sueños representan la realización de un deseo por parte del soñador. El escritor Gonzalo Garcés, autor de Los Impacientes, repasa cómo nació su flamante novela El refugiado (Seix Barral): “empezó con un sueño recurrente que yo tenía, donde me tomaba un avión en Buenos Aires y aterrizaba en Buenos Aires. Como que viajaba de Buenos Aires a otro lugar que era Buenos Aires, pero era diferente. Y le empecé a dar vueltas a la idea de que hubiera dos Argentina. Esto fue hace un montón de tiempo, en 2004 o 2005. Yo vivía afuera y todavía no se hablaba de la grieta, así que no es que tenía eso en la cabeza”.

En El refugiado, Garcés imagina una Argentina de mediados del siglo XXI, que producto de una guerra de secesión quedó dividida en dos: una parte oscura, empobrecida y bajo un régimen dictatorial y otra, próspera, libre, tolerante, democrática y evolucionada llamada Estado Libre. Entonces ante ese sueño recurrente imaginó que “existía una sociedad secreta llamada El Círculo, que había conspirado para dividir a la Argentina en dos. Empecé a imaginar personajes y traté dos o tres veces de darle forma de novela y no me gustaba. Sentía que no lograba captar lo que sentía en el sueño de que viajaba de una Argentina a la otra. Así tiré un montón de borradores y en algún momento se me ocurrió la idea del personaje que está investigando la secesión y que está saliendo de un divorcio y empezando una relación nueva como si hubiera un eco, un lazo entre esa historia privada y la historia del país”.

La novela arranca con el asesinato de Cossa, un periodista estrella de la Argentina, que “un día viernes dice que el lunes va a revelar toda la verdad sobre el Estado Libre y sobre la secesión y la sociedad secreta y el domingo aparece muerto”. Ante esa muerte inesperada “Julián, su admirador -y narrador de la novela-, decide retomar la investigación”.

-En un momento la trama de El refugiado retrocede hasta 1810, cuando el protagonista revisa la historia del país desde la revolución de mayo.

-En el medio del libro aparece el borrador de la crónica que escribe Julián, con todo lo que pudo recopilar sobre la sociedad secreta, y eso lo lleva a remontarse hasta 1810. Y toda esa parte habla de El Círculo, que es la sociedad secreta que creó el Estado Libre. Pero los documentos que pudieron juntar son principalmente los que dejó un miembro de la sociedad secreta que se llamaba Hipólito. Entonces en parte es la historia de la sociedad secreta y en parte la historia del propio Hipólito, que es un personaje al que veo bastante patético, siempre nervioso, una especie de escritor que nunca la llega a pegar del todo y que siempre sueña con fundar este país nuevo, el Estado Libre.

-Con la secesión y el Estado libre es casi como retroceder en el tiempo, pero con un camino inverso al siglo XIX, que terminó después de guerras civiles en la unificación de Argentina.

-Por un lado, sí. Hubo guerras civiles, cuyo resultado final -dependiendo si elegís 1852 o 1860- fue la unificación nacional. Pero, por otro lado, hubo muchas secesiones. Incluso en la época en la que Buenos Aires cometió secesión del resto del país. Y ahí yo creo que, si bien yo empecé esta novela por una cuestión más afectiva o inconsciente, creo que en algún punto toqué una veta del imaginario colectivo argentino y que es la idea de separarse de la mitad mala del país, porque desde el comienzo, desde la época de Rivadavia por lo menos, en Argentina hubo una corriente que soñaba utópicamente con separarse de la parte del país que consideraban la causa del atraso. Rivadavia soñaba con gobernar toda la Argentina como si fuera Buenos Aires. Rosas pensaba que, si solamente se pudiera sacar de encima a los porteños, a los liberales, a los unitarios, el país sería una especie de paraíso tradicionalista católico nacionalista. Después viene Sarmiento y plantea lo mismo al revés; si solamente se pudieran sacar de encima a los federales, a los gauchos, a los indios, “ahí seríamos un paraíso”, y así siguió la historia argentina hasta el día de hoy. Es uno de los mitos fundadores, yo creo de nuestra mentalidad la idea de la guerra civil y de separarse de la mitad mala. Es tan importante para nosotros, para nuestro imaginario, como puede serlo la idea del destino manifiesto para Estados Unidos. Cada país tiene sus mitos. Para mí nuestro mito fundador es la secesión, separarse de los malos.

-Es un mito que podría pensarse que sigue vigente en estos días y que se reproduce.

-Absolutamente. Además en los últimos 20 años se exacerbó. Hubo breves momentos en la Historia argentina en los cuales hubo una especie de unidad. Por ejemplo, la primavera alfonsinista. Fue un momento de bastante unanimidad. Pero lo normal históricamente en este país ha sido la grieta y en ese sentido yo estoy contento de haber escrito este libro también para explorar a través de una historia, de una fábula, la historia de esa mentalidad nuestra, fratricida y secesionista.

-¿Qué te posibilitó el combinar una novela distópica con elementos de la novela policial o política?

-No lo pensé en términos de géneros. Me doy cuenta de que de que hay escenas, sobre todo cuando Julián circula por Buenos Aires en la parte de atrás de un camión y ve el obelisco con una gigantografía del presidente (todo está como visto a través de una neblina y los semáforos están decapitados y hay chicos reuniendo la basura o vendiendo su cuerpo por droga o por plata), que hay una situación distópica. Por momentos es como Ciudad Gótica, después de que pasa el Guasón. Pero al mismo tiempo es una utopía. La distopía es la mitad del asunto, también está la utopía muy Argentina de ser una Argentina potencia porque el Estado Libre es eso, es un país que de algún modo es lo que la Argentina siempre soñó ser en algún momento.

-Pensando en la novela, ¿qué significado tiene para vos la palabra libertad?

-Por un lado, condensa un ideal que creo que los argentinos nunca dejaron de tener que es ser el país que podemos ser y no el cachivache que somos.

Hay una sensación siempre latente de cómo puede ser que este país no despegue con todo lo que tiene. Creo que eso crea una especie de imagen fantasma del país posible, del país que podríamos ser. Creo que eso es real y mi novela lo que hace es darle entidad a esa proyección imaginaria. Hay un país de verdad y no solo una proyección fantasmagórica. Después, si querés en un sentido más personal y anecdótico, yo soy argentino, pero viví 17 años en diferentes países. Y conocí muchas mentalidades diferentes. Sé cómo es el clima y los diálogos y el modo de ser, por ejemplo, en Marruecos, que en muchos aspectos se parece a Latinoamérica, donde la gente no tiene poder porque no tiene poder político y vive la vida que te queda cuando vos sabés que vas a poder sobrevivir nada más. También sé cómo es Francia -viví 8 años ahí-, un país muy orgulloso justamente de su tradición republicana y de su libertad y de su democracia conquistada en varias revoluciones. Viví también en Chile, un país democrático pero muy desigual y muy resignado a la desigualdad. Y después Estados Unidos, que para mí la característica más saliente -para nosotros latinoamericanos- de la mentalidad norteamericana es la despreocupación y la seguridad en sí mismos. Supongo que esa seguridad en sí mismos viene de un capitalismo que funciona y donde la gente siente que si quiere poner un negocio, lo pone y le puede ir bien. Acá para eso tenés que hacerte amigo de alguien que tenga un poco de poder.

El refugiado*
Por Gonzalo Garcés

Mientras comíamos me preguntó por mi artículo para Historia Viva. Se lo expliqué. A fines del siglo XIX, los inmigrantes genoveses que poblaban el barrio de La Boca se rebelaron contra el servicio militar; otros dicen que la razón fueron los impuestos demasiado altos. El caso es que proclamaron una república independiente, crearon una bandera, eligieron autoridades. Pocos los tomaron en serio, pero todavía, en las ferias de antigüedades, se pueden encontrar postales con el sello que dice: República de la Boca. “Unos precursores”, dijo Emilia, aludiendo a la situación que todos conocemos, pero ninguno tenía ganas de hablar de eso. Intercambiamos las quejas habituales sobre la Argentina: que acá no había esperanza, que mucho cambio de régimen y mucha regeneración de la Patria, pero para conseguir un paquete de fideos o un pantalón tenías que hacer contorsiones, que el viejo sistema de partidos habrá sido corrupto pero al menos podías criticarlo, mientras que ahora desaparecían cada vez más opositores, etcétera. Cuando le hablé de mis proyectos de libros (que presenté como si todavía fueran proyectos y no, como eran en realidad, veleidades más o menos abandonadas), me dijo:
-Vos tendrías que entrevistarlo a Cossa.
-¿El periodista? Dicen que es un payaso.
-No es un payaso. No seas prejuicioso.
Si lo sabría ella, me dijo, que había pasado en limpio las noticias falsas que hacía circular el gobierno para desacreditarlo. Los ojos le brillaban; tenía pestañas muy largas, creo que postizas. Le pregunté por qué, si trabajaba para desacreditar a lo más parecido que tenía este país a un periodista opositor, en privado lo defendía, y me dijo que no me confundiera, que ella hacía su trabajo como todo el mundo, pero que en el ministerio todos despreciaban al gobierno.

*Fragmento.

PERFIL

Gonzalo Garcés nació en Buenos Aires en 1974. Su novela Los impacientes recibió el premio Seix Barral/ Biblioteca Breve en el año 2000. Publicó, además, Diciembre (1997), El futuro (2003), El miedo (2012), Hacete hombre (2014), Cómo ser malos (2016) y El tango de Oscar Wilde (Planeta, 2022).  Ha colaborado en medios como Clarín, El País, La Nación, Orsai, y Anfibia. Es columnista del programa de radio Pensándolo bien, conducido por Jorge Fernández Díaz en Radio Mitre.

Por Flavio Mogetta

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